miércoles, 23 de febrero de 2011
No importa el formato, lo que importa es el contenido.
Adam Elliot junto a sus personajes
Harvei Krumpet y su eterna enamorada.
El muchachito del que hablaremos hoy, no tiene una extensa trayectoria, ni una lista interminable de películas. Solo una, pero de notable calidad y de una audacia acida e irónica sobre las relaciones humanas increíble. Puede que haya muchos filmes de este tipo, pero el australiano nacido en 1972 se destaca porque hace películas de animación, de la vieja y casi extinta Stop-motion.
La pequeña Mary, pegando las estampillas para
enviar una nueva carta a su queridisimo amigo
Max.
El primer trabajo de Adam Elliot fue el corto Uncle (1996), dando comienzo ha una trilogía completada por Brother (1998) y Cousin (1999). En 2004 ganó un Oscar por el corto “Harvie Krumpet” (2003). El cual es fantástico. Narra la problemática vida de una familia con algunos problemitas mentales, la muerte que ronda alrededor de ellos dejará a su hijo solo en este mundo tan cruel.
Harvei listo para salir a escena.
A partir de allí Harvie vivirá de manera especial su vida en un mundo al que se adapta según su extraña visión de las cosas. Luego de este brillante cortometraje narrado por Geoffrey Rush. Este impulso llevó a Adam a lanzarse con su primer largometraje “Mary and Max”. En el mismo no faltaría la constante temática de la soledad, las diferencias sociales, el amor y los seres disímiles que con inocencia se internan en este mundo despiadado y aunque salgan adelante, la vida misma le demostrará que no todo es sencillo.
“Mary and Max” conjuga excelentemente la vida de dos personas totalmente opuestas con respecto a la edad, cultura, país, educación y puntos de vistas sobre la sociedad. Estos seres además están unidos por una amistad que crece día a día vía cartas, por la soledad e inocencia de sus propios mundos. Un film romántico, tierno y triste, porque si es de Adam debe ser así…
Uno de los poster del film "Mary and Max"
Que presenta al solitario y extraño Max como un habitante de ciudad tan gris como su propia vida.
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